La innovación y la amenaza del internet de las cosas
La Innovación sigue encarrilando el sendero de nuestro destino, introduciendo novedades que a su vez seguirán generando cambios precipitados, sobre todo en el modus vivendi de los seres humanos. Una situación que, además de plantear desafíos con apariencia de amenazas existenciales de peligro oscilado alrededor de estas tecnologías disruptivas, en especial de las que operan con inteligencia artificial, augura la pérdida por parte de sus creadores del control sobre las invenciones patentadas, que hasta inclusive podrían por estas, llegar a ser vigilados y controlados. Pero, que a su vez, poniéndolo bajo una óptica con perspectiva histórica, desplegada en una de sus capas que nos brinda la interpretación más objetiva de las cosas, alusiva a la larga historia, sin resquemor podemos decir que, todo este fenómeno tecnológico terminará enriqueciendo el propósito existencial de la raza humana, en su accionar innovador, como corona de la creación.
Si bien es cierto el término innovación proviene del latín “innovatio” que significa, “crear algo nuevo” o también entendido como inventar novedad. Sin embargo su definición no pudiera ser mejor después de haber sufrido una acuciosa y vanguardista composición por sus estudiosos, entre los que sobresalen, los alemanes Tobias Müller-Prothmann y Nora Dörr, quienes en su libro “Innovations-management”, publicado en los últimos años del anterior decenio, inmortalizaron de una manera ingeniosa, y a modo de ecuación apodíctica su novísima definición: Innovación= Ideas + Invención + Difusión. Introduciendo un término referido a un insoslayable requisito como componente trascendental, consistente en su propagación, como una característica esencial de su expresión misma; ya que, de lo contrario se tornaría en difusa, la utilización de tal termino, dado que estaría fundado sobre un terreno cenagoso que estructuraría, una base porosa, a la mención de una genuina innovación.
Sin ambages no es en vano decir que, denotaría en un empleo inadecuado del termino innovación, si éste lo entendiéramos meramente en la prescindencia u omisión de su último y distintivo componente, referido precisamente a su difusión; puesto que, cuando la cosa creada, previamente concebida en una idea, goza de una novedad, y a ésta no se le adiciona de un expectante posicionamiento en el mercado a través de una apropiada divulgación, lo único que se podría esperar sería un invento o idea de corto impacto, o también de alcance dramáticamente limitado y asimismo condicionado a no beneficiar a las inmensas mayorías de la que en realidad alcanzaría si éste pudiera ser difundido con fines y con niveles a economía de escala que despliegue su real potencial y como consecuencia de ello, brinde aquellos grandes y beneficiosos cambios de la que la humanidad ha disfrutado.
Pues la difusión es una garantía que hace de aquella idea o invención un producto innovador, ceñido de un arsenal de influjos que se constituye como algo privativo a toda innovación. De no ser esto así, hoy no estaríamos marcados por aquel influjo innovador que logró desplegar la tecnología disruptiva, que en su tiempo fue creada por el húngaro Ladislao Biro, al inventar el bolígrafo, harto de su pluma fuente que ensuciaba los dedos de su mano y demás partes de su vestimenta, en especial la prenda que cubría la parte alta de su dorso, reconfiguró la modalidad de escribir a mano, hasta nuestros tiempos, de una forma notoriamente más clara y con mayor precisión.
Ni tampoco nos quedaríamos anonadados al conocer de la revolucionaria innovación que suscitó el primer lente de aumento, que por cierto fue descubierto hace más de 3000 años, contrario a lo que imaginábamos, conocido también como el lente de Nimrud, usado por los asirios con el objeto de tener el primer y más cercano avistamiento del cielo, cuya innovación no dejó de ser pulida a través del tiempo por las culturas sobrevinientes, tales como la de los egipcios, chinos y griegos, que desencadenó, para el año 1280, la comercialización de las primeras gafas con visión aumentada, que benefició a cientos de privilegiados que a su uso miraban la cosas más nítido que antes. Dando así como fruto de este semejante punto de inflexión, la creación del primer microscopio, por Zacharias Jansen, en el año 1595, que a la vez contribuyó prontamente después a la construcción, por el mismísimo Galileo Galilei, de uno de los primeros telescopios de la historia, como parte de su empeñosa tarea de comenzar prontamente con sus más destacados descubrimientos astronómicos que cambiarían el sentido de nuestra conciencia, cada vez más realista, sobre el universo.
Es así que tal como podrá imaginarse el lector, las innovaciones mencionadas en los párrafos precedentes, obviamente no contaron con una difusión, valiéndose de los muy aventajados medios de comunicación de los que ahora conocemos, y que desde luego esto ha sido recordado con el propósito de desandar esa idea, un tanta obtusa, promovida por algunos que “en automático” tienden a asociar la palabra innovación solo con las ideas e invenciones secundadas de la tecnología moderna, a tal magnitud de forjar un vínculo de imposible disociación, vinculándola así con las últimas invenciones tecnológicas que mediante una forma muy conocida de difusión han revolucionado el mundo de hoy, cambiando la cosmovisión que teníamos de las libertades y de ciertos derechos relacionados con la vida misma. Acortando así las distancias y globalizando las tendencias a escala planetaria, como si se tratase de un fenómeno privativo y único a esta época, demarcada por una sensación que no puede estar sino más alejada de toda verdad.
Asimismo se suele olvidar que el término innovación no puede quedar reducida a algo exclusivo a una época determinada por más moderna que ésta se reconozca; en el pasado nunca fue tan necesario precisar esto como ahora, seguramente debido a que los cambios emanados por aquellas innovaciones nunca fueron tan vertiginosos como los de hoy, ciertamente, además a causa de sus limitados canales de difusión tanto en alcance como en proporción muy distantes a la inmediatez y agilidad espacial como temporal de la gama “viralizacional” testificado por el mundo del Internet y las redes sociales de estos tiempos.
Por lo tanto hablar de innovación también es referirse a las ideas e invenciones del pasado, que sin permanecer exentas de su componente divulgativo, consiguieron, al igual que las actuales, modificar el modus vivendi de los habitantes de aquel entonces, alterando sus estilos de vida e incitándoles a acoger un esquema particularmente distinto a lo monotonizado hasta ese momento.
Es por ello que, desde tiempos inmemoriales, las innovaciones están exprofesamente dirigidos a alterar los hábitos de los seres humanos. Sin embargo dicho concepto parece estar cambiando en realidad, desde hace algunos años, dado que después de haber demostrado su capacidad de irrumpir cambios en nuestras vidas, ahora pareciera no solo asegurar una transformación en el modo de vida de los hombres sino también ahora en el modus operandi de las cosas que nos rodean. Que pudieran a su vez imperceptiblemente estar destinados a vigilarnos y hasta, según afirman también algunos especialistas, de llegar a controlarnos sigilosamente. De tal manera que este tipo de innovación irrepetible en el pasado, no solo promete cambiar la forma de vivir de los hombres, sino inclusive el modo de uso que se le da a las cosas que al menos hasta el momento todavía se dejan controlar por los seres humanos, en una dirección sin mayores obstáculos, siendo programadas sin salirse de una relación de dependencia hacia sus propios creadores o destinatarios, ausentes de una amenaza latente; pero que en el futuro debido a la infinitud de una vinculación mutua de estos mismos objetos, interconectados entre sí mediante una red inalambrica, prometen además trastocar ese orden de dependencia anteriormente mentada, para enrojecer e inflamar aun peor nuestras propias, y pocas veces habladas, vulnerabilidades.
“En la Feria de Artículos Electrónicos de Las Vegas de 2014 se presentaron los primeros cepillos de dientes, raquetas de tenis y camas inteligentes. Los cepillos dentales inteligentes tienen sensores que registran la frecuencia y la forma con que nos limpiamos la dentadura, y luego envían los datos a nuestros teléfonos celulares con instrucciones sobre cómo mejorar nuestros hábitos de higiene dental.(…) Las camas inteligentes tendrán sensores que registrarán nuestra respiración, nuestros movimientos, y cuántas veces nos despertamos cuando dormimos, y nos enviarán un e-mail con sugerencias sobre como dormir mejor(…) Pero otros posibles impactos del “internet delas cosas” serán más preocupantes. Varias empresas farmacéuticas están proyectando poner microchips en las tapas de sus frascos de remedios para que el frasco le avise a la oficina del médico si el paciente no está tomando su medicina cuando la tapa no ha sido abierta en varios días. (…) Y también existe el peligro de que las cosas no funcionen como deberían. Podríamos llegar a recibir una avalancha de llamadas equivocadas de la heladera de un desconocido, para avisar que se ha quedado sin leche. Aún peor, en un mundo en el que llevaremos sensores en el cuerpo, y en nuestra ropa, el terrorismo cibernético podrían ser más peligroso que nunca. ¿Qué pasará cuando un hacker se infiltre en la computadora del médico que regula los marcapasos de sus pacientes? ¿O cuando algún hacker quiera divertirse cambiando las instrucciones a nuestra ropa inteligente, para que nos den más calor o más frío de lo que estaban programadas?” (OPPENHEIMER, CREAR O MORIR, 37-38).
El Internet de las cosas (IoT por sus siglas en ingles), está ya entre nosotros, y su presencia es cada vez más manifiesta, auspiciando una interconexión de dispositivos, extendiéndose a una modalidad propia y formadora de su mismo sistema de redes, lo que podría decantar en una amenaza informática, que descolgaría responsabilidad de las propios objetos que al almacenar información entre estos y sobre nosotros mismos, no asumirían ningún tipo de responsabilidad sobre la mala utilización que éstos le den, más bien pese a ser manipulados, mediante trucos cibernéticos, por entes encubiertos, con intenciones oscuras e intereses subalternos.
Estaríamos ante un panorama en el cual las compañías querrán la mayor información posible de nosotros, para según eso, sentirse cada vez más en la capacidad de predecir nuestras propias decisiones, que sin duda puedan llegar al extremo de ejercer, por los menos, algún tipo de manipulación. Habrán datos sobre nuestra vida privada, nunca antes almacenados en el ciberespacio, y, a la disposición de tantos raptores ciberespaciales que con un solo click desvelarán nuestras preferencias, vulnerabilidades, estados de salud, gustos, sueños, deseos, y nuestra rutina más reciente. Además de qué cosas estamos comprando, qué medicinas tomando, y si éstas son drogas para el tratamiento de una patología común, o tan solo para calmar nuestra ansiedad, o algún otro trastorno como la depresión; que clase de ropa nos atrae y a que lugares hemos viajado y detalles aún más personales e íntimos, en referencia a cuales son nuestras posición política y preferencia sexual.
Una información confidencial y personal es la que, desde luego, merece un tratamiento de especial protección y cuidado, puesto que se constituye en una garantía de gran significación y de intima relación con nuestra propia seguridad económica, social, familiar y de todo rubro o plano personal alrededor de nuestra propia existencia. Aunque algunos, en estos tiempos, lo propalen tan alegremente en sus redes sociales, facilitando a cualquier curioso entrometido, en acopiarlos sin la necesidad de ser un experto operador de un software llamado Big Data, accediendo a su lado más íntimo, abriéndole las puertas de par en par a su vida privada, por medio de sus precipitados posts, publicados con afán, ya sea en su cuenta de Facebook, Twitter, o Instagram. Sin importar que, con cada post, los informantes amateurs se doten de ese intransferible, con el que accederán a sus datos más íntimos, con el fin después de poder ventilarlos indiscriminadamente. Sin mostrar siquiera, ni una brizna de respeto por el pudor ajeno.
Porque en la era de la información, que es en la que en este siglo nos encontramos, la lucha más escarnecida que librarán los entes públicos y privados consistirá en conocer la mayor cantidad posible de información privilegiada sobre cada uno de nosotros, ya que esto se convertirá en un insumo de ganancias inimaginables, disponibles como en escaparates para ser vendidas al mejor postor, tal como precisamente está ocurriendo en estos momento en nuestras redes sociales, claro está, en mínima muestra de lo que acontecerá en el futuro más inmediato. Es que ahora nos tratan, cuanto más puedan, de exprimir el jugo de nuestros datos personales, a fin de venderlos al mercado, como insumo para diferentes medios y fines, como si fuéramos un producto descifrado y analizado abiertamente, y sin objeciones mediante las políticas de confidencialidad, aceptadas por un aproximado mayor a los dos mil doscientos millones de usuarios que tiene Facebook actualmente.
Como lo manifestara Marta Peirano en su libro “El enemigo conoce el sistema”: “No la banalidad del mal sino la banalidad de la comodidad del mal”. “La Agencia Española de Protección de Datos ha multado a Facebook no una sino dos veces en 2018 por compartir bases de datos entre las distintas plataformas. La empresa argumenta, típicamente, que lo hace solo para facilitar la vida de los usuarios, que se pueden saltar varios pasos a la hora de hacerse una cuenta y encontrar a sus amigos de inmediato gracias a funciones como “personas que quizá conozcas”. Lo cierto es que todos y cada uno de esos servicios tiene una función y un objetivo muy concretos y ninguno es mejorar nuestra vida. El objetivo es obtener la mayor cantidad posible de información sobre el usuario, sus amigos y todo aquello que le interesa, asusta, preocupa, deleita o importa. Lo único que facilitan las herramientas es el uso de las herramientas. Y cada pequeño aspecto de su funcionamiento ha sido diseñado por expertos en comportamiento para generar adicción”.(PEIRANO, EL ENEMIGO CONOCE EL SISTEMA, 22).
Y entonces, al añadir a este poderoso influjo de las redes sociales, junto a los impresionantes datos de ubicación que nos transmiten en tiempo real desde la asombrosa tecnología GPS, a esta arrolladora fuente de información más invasiva nunca antes conocida, bautizada con el nombre del Internet de las Cosas(IoT), estaremos yendo más a profundidad, atravesando todo cerco hacia un espacio de datos profundamente más íntimos, y que al dejar huella en cada uno de los objetos a su usanza, la posesión y la canalización de éstos, tendría un inmenso valor no solo para quienes quieren vendernos alguna u otra cosa, sino también para las entidades gubernamentales y operadores políticos, que quisieran someternos a alguna forma de vigilancia, control o manipulación con el propósito de satisfacer sus propios intereses. Sin duda algo más grave que las denuncias de manipulación electorera hechas contra Mark Zuckerberg, por las últimas elecciones presidenciales en los EE.UU. Lo más preocupante definitivamente y de lo que pudiera convertirse en realmente un peligro letal para nuestra propia integridad, según muchos expertos, debido a la tanta conectividad de las cosas, es que este gran conglomerado de redes inalambricas, pondría en una absoluta exposición a las propias personas frente a sus invasores, viéndose restringidas en hacer valer sus derechos, impedidos de contar con ese único escudo protector y de defensa contra el acecho delincuencial, concebido por un derecho inmaterial que es inherente a todo ser viviente. Su derecho a la privacidad, que hace, que, ante la escasa información del delincuente sobre su víctima, menoscabe su confianza a la hora de atreverse a actuar oportuna y certeramente. Precisamente ese bien tan preciado, al que todos debemos su disfrute. El derecho a una vida privada, consistente en no entregar en bandeja de plata al opresor, ni darle por sobreentendido, detalles sobre nuestras vulnerabilidades. Derecho inmaterial de una esencia inconmensurable, que este nuevo sistema de conectividad buscará infravalorarlo despiadadamente.
Privándole de su carácter imprescriptible e inembargable, reconocido aun como un derecho humano por el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”. Pero que en virtud del desarrollo innovativo que propugna el IoT, en el uso masivo de nuestra información personal, abrirá linea de debate que les permitirá sustentar la necesidad de prescindir de este derecho a costa de avalar el acceso en magnitudes ilimitadas a nuestra información personal, para ponerlas al servicio de instituciones públicas y privadas, que por exponer nuestras vulnerabilidades le hagan el trabajo más fácil, con el fin de vigilar nuestros pasos y manipular nuestras decisiones.
Será visto nuestra privacidad, como nunca antes, y la invasión de ella relativizada para presentarnos más frágiles frente a los ciberdelincuentes, que por encomienda o motu proprio les resultará más eficaz, el uso de este sistema de internet, a fin de aprovechar nuestros puntos débiles, y no dubitar en nada al momento de sacar ventaja para conseguir mayores asideros que consagren el éxito de sus fechorías. Sin descontar que hasta los mismos sicarios no les resultaría muy difícil saber la rutina del día emprendido por su objetivo, a razón de concretar sus despiadados asesinatos.
Todo esto sin duda es una alarma que nos llevará a seguir asumiendo desafíos que perfilen la agudeza de nuestra creatividad humana, en aras de mejores medidas de seguridad informática, que nos haga repensar concienzudamente sobre la importancia de una nueva y eficaz regulación normativa que reglamente competentemente la nueva usanza de esta nuevas tecnologías, en nuestras vidas. En un mundo que se prepara para lo que se avecina, y que según un estudio de la Universidad de Oxford, avizora una sociedad diferente, gracias a esta tecnología disruptiva, donde el 47% de los empleos del planeta desaparecerán en los próximos 15 años. Y teniendo en cuenta que en la actualidad existen 6 mil millones de dispositivos con acceso a la red de Internet, lo que nos confirma una relación de dependencia, como seres humanos, hacia éstos objetos con los cuales seguiremos conviviendo, y que con el tiempo a medida que se vayan creando más dispositivos que intensifiquen su interconexión, esta relación promete agudizarse e ir vigilando a cada vez más seres humanos.
Por lo que podemos concluir que como toda clase de dependencia genera vulnerabilidades ineludibles que, desde luego nos devendrá en desafío sin precedente, esclarecer dónde está la línea hasta dónde puede llegar la funcionalidad y accesibilidad de este sistema, con el objeto de establecerle sus linderos infranqueables. Puesto que hasta la libertad tiene limites, de lo contrario se transformaría en libertinaje. Esto indudablemente representará un reto monumental para el Derecho, que retomará una vez más su relieve, con el objeto de reformular un nuevo esquema de regulación a emprender, con una política de protección de datos más sólida e impermeable, aunada a un marco normativo adecuado al Derecho de la Competencia y de la Propiedad Intelectual, en conjunción con el Derecho Penal que asuma en una aggiornada tipificación, proporcional al temporal tecnológico venidero, relativo a los actos contra la privacidad y en contra de la integridad de los seres humanos, en un avivado interés de alcanzar una más desarrollada y efectiva persecución de estas nuevas usanzas que deberán tipificarse como delitos, encarnado de un carácter disuasorio en represión a la facilitación criminal de sus actos. Planteándose desde el punto de vista del principio de la soberanía de los Estados, que cada país posee, y a mérito de garantizar una más eficaz y vanguardista política de Seguridad Nacional. Nuestra creatividad no tiene límites, ha demostrado ser un don divino insuperable. Sea ésta pues, nuestra gran arma contra esta inesperada amenaza, que galvanice y garantice la supervivencia de nuestro derecho inmaterial más íntimo. «La Vida Privada».
Autor: Colin Fernández Méndez
Abogado por la
Universidad Privada Antenor Orrego, con estudios de Maestría en Derecho Civil
Empresarial, Trujillo-Perú, con especialidad en Derecho Administrativo por el
Instituto de Capacitación Jurídica, y con estudios de especialización en
Derecho Farmacéutico y Propiedad Intelectual por la Universidad Peruana
Cayetano Heredia (UPCH), con Pasantías en el INDECOPI en “Propiedad
Intelectual, Derecho de la competencia y Derecho Farmacéutico” y, en la
Universidad de San Andrés (UDESA) de Buenos Aires, Argentina, dictado por la
Maestría en Propiedad Intelectual e Innovación, en “Propiedad Intelectual y
Life Science”. Actualmente Miembro del Consejo Consultivo de la Sociedad de
Derecho de la Propiedad Intelectual y de la Competencia. Conciliador
Extrajudicial del Centro de Conciliación Extrajudicial “Avendaño”, Socio y
Abogado Principal del Estudio Fernández Méndez Abogados, y Autor del Libro “Una
Revolución llamada Propiedad Intelectual”.